domingo, 25 de agosto de 2013

She wolf

Me dejé  las uñas crecer tras una noche de luna llena.
Me di cuenta de que ésta me afecta más de lo normal… sin saberlo, me transforma. Me vuelve irascible, colérica, rabiosa, furibunda… e incluso irritable. Transmuta mi propio yo, mi instinto se acelera descomunalmente haciendo que mis sentidos se multipliquen.
Me desboca… hasta el punto de llegar a vomitar todos aquellos asuntos que guardo para mí y que no acabo de digerir. El malestar culmina en ese punto. Los arrojo. Me despojo de la congoja interior… con ganas de expulsar algo más que quede en alguna hendidura de mi ser.
Creí que un misil propulsado a gran velocidad, ara lo único capaz de alcanzar la luna, llevándose, al menos, un cuarto de esta. De ese modo, jamás podría volver a posarse cual luna llena. De haber hecho esto habría alterado muchas cosas en la Tierra: las mareas, el calendario… e incluso los partos.

Pero creí que, igual que hace Arzak, darle la vuelta a la tortilla era una buena idea. Podría ver una cara más hecha de la vida, podría aprovechar lo que generase la Luna en mí. Las uñas largas me servirían para dar un zarpazo a cualquier historia que no interese, aullando y dejando ver mis colmillos al sonreír.

miércoles, 29 de agosto de 2012

_La conjetura de una alforza_


Las casualidades no existen. Existen los pensamientos fuertes, los guiones en las mentes que se idean sin quererlo y, con el tiempo, aparecen. Pensé hace mucho en que ahí había un qué. Un qué, que no sé yo que va a ser de él.


Borré de mi mente el momento para vivir el presente que ya es pasado, para soñar quimeras de las que he despertado, para ser discente de un libro cerrado.

Ahora ese instante resucita, aparece ante mí y luego levita. Y lo busco, lo moldeo, me ofusco… lo planteo. Y me planto sin ser firme, me trastorno sin hundirme. 


Sería capaz de muchas cosas: rezar fervientemente sin creer en dios, saltar cogiendo impulso llegando al sol, mover las constelaciones y poner los astros a mi favor.


No queda más que ser paciente. Esperando que surja el fruto de una semilla sembrada en un semáforo en estado intermitente. Quien bien tiene y mal escoge, si sale mal que no se enoje. Y a buen entendedor, ofreciéndole premisas, puede que entienda mejor.

jueves, 5 de julio de 2012

Le change est toujours organge

Nostalgia de antaño que queda sumida a cenizas. Ansiedad añeja reducida a papel deshecho. Opresión en el diafragma transformada en hálito placentero. Transformaciones en la psique que se producen como consecuencia de un baño en el ámbar.
Un naranja que era necesario y esperado; el color del cambio, pues todo aquello susceptible de permuta transita dicha tonalidad.


La noche da paso al día recibiendo el alba, siendo conocedor el atardecer que debe devolverle la jugada con el paso de las horas. Color naranja.
El hierro se funde adoptando nuevas formas mediante la encumbrada temperatura del fuego; también se oxida con el tiempo. Color naranja.
Los vehículos alteran su ritmo y velocidad sobre el asfalto cuando el semáforo se posiciona en el círculo central entre la libertad esperanzadora del verde y la prohibición y peligrosidad del rojo. Color naranja.
El otoño expulsa la clorofila de las hojas para que transiten de un estado maleable por la savia a una sequedad crujiente que las hace caducas. Color naranja.
Quienes buscan su media naranja, buscan cambiar la mitad de las cosas ya vividas.

Sin nada que buscar y todo por encontrar, me hallo frente a una exposición de rayos ultranaranjas que calarán mi piel provocando giros que podrían calcularse con un medidor de ángulos. Con la intención de continuar así, excepto cuando la luna llena me descubra y me produzca un cortocircuito mental que me nuble y me cruce durante veinticuatro horas.


miércoles, 29 de febrero de 2012

Naufraga en mis ojos

Hace sol, sin embargo aún hay frío en mis extremidades inferiores. Mar antiguo, madre salvaje de abrigo incierto. Así dice, ¿no?
Salimos de Verona hace unos veinte mil años aproximadamente con destino incierto. El barco era blanco… ¡blanquísimo! Pero sólo en apariencia, pues estaba repintado con una pintura acrílica que daba bastante el pego y camuflaba el negro original del navío.
En unos primeros instantes no nos movíamos mucho de la orilla, porque todo el mundo quería tener los pies en la tierra y no divagar en los mundos de Yupi (avistados justo al sudoeste).
Decidió el barco arrancar y adentrarse en los mares a veintitrés nudos de velocidad. No olvidé tomar una biodramina recetada por una mujer que ni siquiera hablaba conmigo, si no con una vecina, en la cola de la farmacia. La ingerí con ganas porque el vaivén del agua me produce vértigos… lo que no sabía es que la biodramina me provoca somnolencia.
Somnolencia. Paaanngg!!! Así sonó mi cabeza tras dormirme inconteniblemente y estamparme contra el mástil metálico de la cubierta. Por ese motivo el viaje se me hizo corto y placentero; anduve durmiendo diecinueve mil quinientos cuarenta y cinco días.
Me desperté con hambre. Ganas de un buen desayuno… tostadas, croissant, zumo de naranja recién exprimido. El camarero del café-bar debió sorprenderse de mi demanda, puesto se trataba de las once y veintisiete de la noche, y se disponía a recoger el chiringuito. Su cara de asco fue evidente, así como mi pulsera todoincluido también evidenciaba que necesitaba ese desayuno nocturno.
Tras deambular por el barco varias semanas persiguiendo el sonido de pasajeros inexistentes el bajel empezó a temblar. El bramido de una ballena resonó a lo largo del océano… acompañado de un grito expulsado por mis propias cuerdas vocales. Fui la única en quejarme mientras se resquebrajaba el armazón del barco dejando entrar litros de agua salada… realmente era la única en el barco. Los demás huyeron con los botes sin decir nada a nadie (incluido el capitán) y otros fueron domados por el conformismo al cual estaban habituados en la actual sociedad. Se hundían hacia lo más hondo y optaban por no protestar. Me armé de valor, me equipé con chaleco salvavidas y subí a cubierta.
Fue cuestión de segundos el verme sola ante la inmensidad del mar. Yo, y aquella ballena con la que colisionamos. Me guiñó un ojo, como indicación de haberme hecho un gran favor, y se sumergió.
El sol abrasador del medio día me causaba un dolor punzante en la cabeza y, por más que me giraba hacia una dirección u otra sin tener clara la orientación, no lograba ver nada más que el infinito. Tuve suerte de encontrar la mar en calma, la luz del día y el infinito ante mí.
Me despojé del chaleco, de la ropa interior, de la exterior y de la ansiedad y emprendí mi marcha a nado. Cada brazada hizo que la línea que dibuja mi boca se prolongase un poco más hasta poder acabar con una amplia sonrisa que, por fin, ya no huía de flashes.
Pensé que no hay preocupaciones mientras quede un olivo en el olivar y una vela latina en el mar.


lunes, 30 de enero de 2012

Filtros · · · . . .


Ya es hora de volver. Pese a volver tiempos en los que la gente viste de gris. En época de trances la gente y el ambiente se colma de polución.

Los únicos negocios que progresan son las mutuas privadas y los vendedores de filtros mentales. Por un lado, las mutuas no son poco fehacientes en nuestro país; por otra parte, he de decir que los proveedores de filtros mentales son simples tahúres que comercian con artículos defectuosos desprovistos de efectividad absoluta.

Hace poco compré uno de esos filtros mentales en una de las mejores tiendas, recomendada en revistas de salud y bienestar. Decidí quedarme tuerta y comprarlo, puesto que el hombre del mostrador me exigió un ojo de la cara.

He de decir que el producto en cuestión funciona, pero sólo en parte. Lo coloqué en su debido lugar (tal y como indicaba el manual de instrucciones), pero sólo ha conseguido filtrar “lo gordo”, ya que de vez en cuando quedan posos que se cuelan por pequeños resquicios.

Una vez se elimina “lo gordo”, a parte de quitar kilos, también se suprime una gran parte de dolor y jaqueca perforadora de sien. El problema son los posos, no se pueden filtrar fácilmente. Simplemente se debe ir pasando cada día un colador hasta que estos sedimentos se vayan reduciendo como se reduce el átomo.

Mientras tanto, ocurre que los pequeños residuos causan intermitentemente vómitos y náuseas. Es cuestión de tamizar y tamizar… todo quedará reducido a la transparencia de una mente neta.

No es un buen momento para cambiar de trabajo, y menos a uno como el que tenía pensado… azafata de vuelo. Dicen que la venganza es un plato que se sirve frío; sin lugar a duda, ese oficio me permitiría hacerlo con disimulo, con libertad y con una sonrisa permanente en mis labios.

Realmente, ahora lo pienso, y me doy cuenta de que los altos vuelos me dan pavor, me asfixia estar a una altura demasiado elevada. Creo que el lugar en el que

se concibe la realidad y el estado de bienestar es estar tocando de pies a tierra. Además, detesto la sensación de que nadie esté por encima de nadie.

Aún no he decido anexionarme a la ninguna mutua, sigo testaruda en hacer funcionar el sistema público.

Hablando de inventos…. Por favor, que alguien les recuerde a aquellas personas que pueden recogerse el pelo y hacerse una coleta sin goma, que se ideó algo efectivo llamado champú (léase en el reverso el modo de empleo).


sábado, 6 de marzo de 2010

La mujer corcho.·.·.·


Esta es la historia de la mujer corcho que no quería ser caracol. Para no arrastrarse ni hundirse por nadie.

Querían ahogarla en un vaso de agua, pero cuando el agua le llegaba al cuello su vestido de corcho se desplegaba haciéndola flotar como una capa. De mujer corcho a súper-heroína.

Decidió ser corcho con la idea de ahogar sus penas, colándose cual tapón, por el cuello de alguna de esas botellas repletas de alcohol... pero el resultado fue mucho mejor. Porque en lugar de hundirse y tocar el culo de la botella, en su nuevo estado flotaba y, sin ahogar sus penas, descubrió que en ese desconocido lugar se abría un mundo por explorar. Mujer corcho se hizo un navío sin vela, sin maletas ni destino, sólo con un corcho por vestido.

No se sentía pesada, sentía el placer de flotar, el placer de sentir placer. El truco estaba en su porosidad. Sus nuevos poros ahora le permitían poder respirar... y, sobre todo, lo que a ella más la extasiaba era que ahora podía suspirar. Sintiendo atracciones más fuertes que la que produce la gravedad.

Una mujer corcho no se ahoga y, si le viene un chaparrón, con su vestido se hace algo mejor: una capa contra la lluvia ácida de palabras hirientes y comentarios de harpías y crápulas. Mujer corcho es de lo mejorcito, porque sólo con un vestidito se protege de los ataques, como un escudo se lo pone delante y así desvía las lanzas, los dardos y las miradas... mujer corcho sobrevive y resiste, por lo menos, hasta mañana.

(Retal zurcido de una conversación con Mademoiselle Poulain. Imagen de su cosecha)

lunes, 21 de diciembre de 2009

FijaciON

El estado de bienestar es como esas luces parpadeantes de Navidad, que además van cambiado de color. Se encienden, se apagan, se encienden, se apagan. Pam, bombilla verde fundida. Se encienden, se apagan, se encienden, se apagan.

Analicé todo esto embobada frente a un escaparate de unas grandes superficies anunciando un producto que tardaría tres meses en ser retirado del mercado. Falta de ventas. Mal marketing. Crisis quizá.


Me compré una agenda multifunción digital de última generación con la intención de que pudiera ella administrarme el tiempo mejor de lo que lo hago yo. Además, miré en el catálogo si tenía la capacidad de producir sonidos y llamadas, pues ella respondería por defecto las cosas a las que me apetece decir No, a las que no recuerdo o a las que no me apetece.


Mientras me embelesaba observando los destellos refulgentes navideños, observé que tenía un espejo delante en el que aparecía el reflejo de una joven observándome a mis espaldas. Disimulaba para no ser vista, pero estaba allí.

Al cabo de la semana, estaba en el trabajo repasando fotografías, como de costumbre, cuando me percaté de un detalle anómalo. La misma mujer aparecía en una de las imágenes a modo de extra de la escena en la que existían unos protagonistas principales. Lo primero pudo ser casualidad, pero esto ya me empezaba a resultar delirante. Pregunté al autor de la foto, pero me dijo que no dio importancia a los múltiples viandantes que podía retratar.

Era como si ella quisiera estar allí.


Cuatro días más tarde fui a comprar las entradas de una función teatral única en Barcelona. Pedí horas libres para llegar a tiempo, aceleré mi coche un poco por encima del límite de velocidad establecido, corrí desde el aparcamiento hasta la taquilla… Desalentada pedí como pude un par de entradas, cuando la chica de la garita me dijo que acababan de llevarse las últimas; señalándome a la persona que había realizado dicha compra. De nuevo estaba allí. Tranquila, sonriente e impasible. La chica se cruzaba en mi vida de nuevo a modo de coincidencia.

Esta vez empezaba a resultarme enredoso, pues se había llevado algo que deseaba con fuerzas alguien a quien no conocía pero sí reconocía.


El día de la función me quedé en casa pensando en que esa persona estaría disfrutando del espectáculo en mi lugar. Mientras le daba vueltas al asunto, bajé a tirar la basura. Una fémina paseaba un perro frente a mi portal. Mis pensamientos colisionaron entre sí y no alcanzaba el entendimiento. ¿Qué hacía ella allí? Debería estar viendo la representación… ¡mi representación!

Me miró de reojo y continuó con su camino mientras hablaba con su animal riéndose por verlo hacer un gesto absurdo. Permanecí paralizada, sin saber qué decir. Por supuesto, a los cincos minutos se me ocurrían muchas cosas que podía haberle dicho… a los cinco minutos.


Subí a casa y llamé por teléfono a Sandra, ella siempre me tranquilizaba y me daba consejos racionales. Ella estaba con compañeras de trabajo de cena y se escuchaba el gran griterío del local en el que se encontraba. Me recomendó no darle vueltas a la cabeza y pensar en otras cosas más importantes, decía que mucha gente comparte el mismo contexto que yo y por ello es muy probable coincidir.

Conseguí apaciguarme, me despedí de Sandra y (tal vez fruto de mi paranoia) escuché, entre bullicio, la misma risa de la chica del perro, justo antes de colgar el aparato.

Me metí en la cama con la intención de dormir, pero no podía de dejar de darle vueltas… necesitaba comprender por qué la encontraba en cualquier lugar. Tenía absoluta convicción de que si decidía encargar una pizza, vendría ella a modo de pizzero con motocicleta roja a casa.

A la mañana siguiente, con unas ojeras descomunales me dirigí hacia mi empresa. Al llegar, tenía en mi mesa todos mis enseres en una caja de cartón y a mis compañeros mirándome en la distancia conocedores de algo que yo no sabía. Al becario sobrino de la presidenta le encomendaron la tarea de comunicarme que habían decidido despedirme y contratar a alguien que ya se estaba instalando.

Me fijé atentamente en el despacho del jefe ubicado al final de la oficina y distinguí a la perfección a través de la impoluta cristalera aquella melena negra con un tajante flequillo, aquella sonrisa de carcajada tonta y labio invisible… ¡Era el colmo! ¿Era eso lo que quería? ¿Obtener mi puesto laboral?

Tras el intento de gritar y entrar a la oficina del jefe para amenazarla con que una denuncia le caería por asediarme, el personal de seguridad me llevó en volandas hasta la puerta de salida. A ella la vi a lo lejos llorar, para que los demás sintieran compasión por ella. Aquellas moles humanas nos depositaron en el suelo a mí caja de bártulos.


Lloré en ese instante. Lloré a lo largo del día. Lloré esa semana. Y decidí que ya estaba bien de sollozos y me fui a bailar a un pub que no conocía. Lo pasé en grande con Sandra: risas, baile, risas, conversaciones serias, conversaciones absurdas, risas…

A la mañana siguiente, aún con el dolor de la resaca me puse a buscar trabajo frente al ordenador. Por curiosidad, me metí en la página web del garito del día anterior, cuando mi sorpresa fue encontrar unos diez vídeos colgados por una usuaria con nombre extraño y una imagen con fisonomía conocida.

Definitivamente había dado con una obsesa integral, y yo desencadené en histerismo.


Con el paso de los días me cercioré de que no podía seguir así. Por consejo de Sandra me puse en manos de una psicoterapeuta homeopática para calmar mi irascibilidad.

Siguiendo el tratamiento me dijo que debía llegar a la conclusión que quien estaba obsesionada era yo y no la chica que, por una serie de casualidades, había incidido en unos capítulos concretos de mi vida. No sabía bien por qué pero sentía antipatía y aversión hacia esa muchacha. Me desahogué hablando del tema con una profesional, y me dijo que no era algo extraño lo que me sucedía, que también estaba tratando a otras personas por casos iguales y similares al mío.


En el momento en que salía de la consulta y la empleada me hacía la factura para efectuarme el cobro, una chica que estaba en espera entró a la habitación de la terapeuta. Me giré de golpe y le pregunté a la secretaria:

- ¿Conoce a la joven que acaba de entrar a la consulta?

- Sí, es una paciente.

- ¿Cómo se llama?

- Lo siento, pero no puedo facilitarle ningún dato.

- Bien ¿Y qué hace ella aquí?

- ¿Aquí? Pues supongo que algo no muy diferente a usted. Debe saber que hoy la doctora sólo realiza tratamientos a pacientes que presentan la misma patología, el mismo tipo de fijación.