¨¨¨¨¨¨¨¨¨¨¨¨¨¨¨¨¨¨¨¨¨¨¨¨¨¨¨¨¨¨¨¨¨¨¨¨¨¨¨¨¨¨¨¨¨¨¨¨¨¨
Hay veces que puedo resultar increíblemente borde. Tan sólo trato de decir la verdad... y mi verdad nunca es sutil.
Me levanté esta mañana abriendo las persianas, corriendo las cortinas, asomándome al balcón y sonriendo. Quería empaparme de la energía que transmite un día radiante.
Entonces fue cuando la brigada del ayuntamiento se presentó haciendo ruido en mi calle con furgones, rodillos, bidones de cola y largas escalera. Se coordinaron todos perfectamente: unos subían a las escaleras, mientras otros proveían a estos con los materiales necesarios.
En menos de cinco minutos estaban listos. Habían logrado recubrir el cielo con nubes grises, adheridas a lo más alto con pegamento industrial.
Se me quedó cara circunstancia y decepción. Me habían arrebatado un día brillante... y eso que siempre pago mis impuestos a tiempo.
No perdí del todo la esperanza, al ver que una de esas masas grises empezaba a despegarse por una esquina y hacía entrar un rayo de luz... me escondí tras el toldo de mi balcón y no dije nada (si una caía, arrastraría a las demás). Deseaba plenamente, que todo aquél tropel de gente recogieran sus pertinencias y desfilasen hacia otro lugar.
Por desgracia mía, cuando todos estaban ya en disposición de coger el montante y largarse, el jefe de la brigada hizo una última revisión levantando la cabeza. Al cerciorarse del hueco, él mismo se subió a una escalera e hizo un remiendo dándole con rabia cuatro golpes a una grapadora, dejándolo así bien fijado.
Fruncí el ceño, sentí frío, me metí en casa. Rompí la correspondencia que había encima de la mesa sin haberla leído... no me interesaba nada aquél papeleo. Siempre es lo mismo. Antes podía aportarme algo... ya no. No me importaba la correspondencia; ahora sólo me preocupaba el poder recuperar un bonito día claro.
Me levanté esta mañana abriendo las persianas, corriendo las cortinas, asomándome al balcón y sonriendo. Quería empaparme de la energía que transmite un día radiante.
Entonces fue cuando la brigada del ayuntamiento se presentó haciendo ruido en mi calle con furgones, rodillos, bidones de cola y largas escalera. Se coordinaron todos perfectamente: unos subían a las escaleras, mientras otros proveían a estos con los materiales necesarios.
En menos de cinco minutos estaban listos. Habían logrado recubrir el cielo con nubes grises, adheridas a lo más alto con pegamento industrial.
Se me quedó cara circunstancia y decepción. Me habían arrebatado un día brillante... y eso que siempre pago mis impuestos a tiempo.
No perdí del todo la esperanza, al ver que una de esas masas grises empezaba a despegarse por una esquina y hacía entrar un rayo de luz... me escondí tras el toldo de mi balcón y no dije nada (si una caía, arrastraría a las demás). Deseaba plenamente, que todo aquél tropel de gente recogieran sus pertinencias y desfilasen hacia otro lugar.
Por desgracia mía, cuando todos estaban ya en disposición de coger el montante y largarse, el jefe de la brigada hizo una última revisión levantando la cabeza. Al cerciorarse del hueco, él mismo se subió a una escalera e hizo un remiendo dándole con rabia cuatro golpes a una grapadora, dejándolo así bien fijado.
Fruncí el ceño, sentí frío, me metí en casa. Rompí la correspondencia que había encima de la mesa sin haberla leído... no me interesaba nada aquél papeleo. Siempre es lo mismo. Antes podía aportarme algo... ya no. No me importaba la correspondencia; ahora sólo me preocupaba el poder recuperar un bonito día claro.