martes, 22 de abril de 2008

____ Du Pareil Au Même ____

Lolita.
Aterrizó en nuestro planeta. Bajó desde el cielo a una velocidad vertiginosa... fue a parar justo al interior de una alcantarilla (abierta por obras) de la Avenida Diagonal de Barcelona.

Su condición de extraterrestre hizo que Lolita no mostrase ningún signo de dolencia en su cuerpo. Estaba en perfecto estado. Trepó por las escaleras que la condujeron hacia la superficie exterior de la calle, intentando no resbalar.
Lo único que la diferenciaba de los humanos, a parte de capacidad por mantener ilesa su constitución, era su carencia de pupilas... como todos los de su especie.


Salió ante la luz del día recolocándose su vestido negro de topos blancos. Mirando a su alrededor: grandes bloques, automóviles apresurados, los hombres de maletín en patinete, las jóvenes con carpetas azules, las bicicletas iguales de color encarnado, un restaurante con buena pinta llamado “¡Sí, Señor!...


Vino una gran ráfaga de aire que le hizo estornudar... fue la primera vez que lo hacía. Le resultó tan extraño, que los topos de su vestido fueron cayendo uno a uno. El vendaval empezaba a resultar incómodo... era difícil mantenerse en pie con unos tacones de vértigo ante un aire desorbitado.
Intentó encontrar una solución... se dispuso a entrar al establecimiento de comida. Robó un cuchillo de la mesa más cercana a la puerta y salió corriendo avenida abajo con el cuchillo en mano. La gente, a su paso, se apartaba tomándola por loca. Pero ella sonreía, al ver que podía ir cortando el viento cuanto más rápido corría.


Llegó desalentada hasta Francesc Macià; el viento huracanado había cesado por completo. Se sintió satisfecha de su fechoría, terminó colocando Recta la Diagonal... le valió la pena despeinarse. Arregló su pelo con sus manos y, tras cerciorarse de que varias personas lo hacían, detuvo a un taxi:
- ¿Hacia dónde se dirige, señorita?
- No lo sé.
- ¿No desea que la lleve hacia ningún lugar en concreto?
- Sí, pero no sé cómo le llaman ustedes a aquél sitio de allí.-
Lolita señalaba con su dedo índice hacia el espacio, lugar en el que se encontraba su casa.
Al ver la posición del brazo de la joven, el taxista no dudó:
- ¡Ah! Ya sé hacia dónde quiere dirigirse. No se preocupe, no tardaremos mucho en llegar a la plaza de Colón.

En varios minutos estaban allí. Cuando el taxista se giró para cobrarle e informarle de la minuta, descubrió a la muchacha de ojos impupilados cuchillo en mano. El hombre, ante una crisis interna de ansiedad, alzó las manos arriba y le dijo a la chica que podía salir lentamente. Ella hizo lo propio, saliendo a cámara lenta, tomándolo por una costumbre divertida del lugar.

Caminó hasta llegar al rompeolas. Se sentó descalzándose, pensando en cómo regresar a su lugar de origen.
Un muchacho, se acercó y le preguntó:
- ¿Cómo te llamas?
- Lolita.
- ¿Lolita? ¡Yo me llamo Humbert!
- ¿Bromeas?

Se fijó en que el joven tampoco tenía pupilas. Todas las féminas de su especie se llaman Lolita, así como los sementales se denominan Humbert.
No se conocían de nada, pero se alegraron de verse.
El muchacho le informó que llevaba tiempo residiendo en el planeta y era la primera vez que tenía un encuentro con una Lolita. Ella estaba tan nerviosa que le resurgieron de nuevo los topos blancos en el ceñido vestido.
Hablaron largo y tendido. Llegaron a la conclusión de que eran afortunados por haberse encontrado el uno al otro.

Hicieron un pacto: permanecerían juntos hasta lograr retornar al lugar del que procedían.
Cada uno de ellos tuvo doscientas setenta y cinco mil cuatrocientas veinticinco oportunidades para regresar. Igual que Penélope destejía el sudario al llegar la noche, ellos, sin decirse nada el uno al otro, fueron errando adrede las ocasiones de retorno al lugar de origen.

Prefirieron persistir unidos a volver a un lugar que se había vuelto extraño para ellos. Ya no concebían el mundo el uno sin el otro. Al apagarse el día, antes de dormir, se miraban el uno al otro con una sonrisa para acabar diciendo lo mismo de siempre... Hoy tampoco ha habido suerte.

viernes, 11 de abril de 2008

º·º·º· Carpe Diem ·º·º·º

Cuando el camarero se acercó a nuestra mesa, decidí ser tradicional pidiendo el plato típico de la casa. Yo creí que él había pedido un plato de alguna clase de pescado que no conocía con alguna salsa inaudita... Carpe Diem. Eso fue lo que pidió tras ojear la carta y cerrarla de golpe.


El hombre de traje de pingüino levantó una ceja con el rostro impregnado de incertidumbre, y su mano zurda empezó a temblar con el bolígrafo rasgando el block de notas. Eh... discúlpeme... preguntaré en cocina.


Desconcertada. Así me quedé. Mi cara de desconcierto le condujo, sin necesidad de mediar palabra, a darme una explicación:
Cuando alguien me pregunta que qué es lo que deseo... debo responderle con la máxima sinceridad posible. En este momento lo que anhelo es aprovechar el momento.


Levanté la mano con intención de que el camarero encontrase mi mirada y pudiera regresar a nuestra mesa para atendernos. El mesero volvió ante nosotros esperando poder retomar nota de algún plato existente en la carta:
- Me temo que había algún error en su elección del menú, ¿no?
- Exactamente- respondí - Deseo cambiar mi plato por uno como el suyo.
...