martes, 30 de septiembre de 2008

¡HuMo!


Desde bien pequeña, aprendí que no debía cortarme un pelo. Por esa llana razón, sabía que nunca sería peluquera.
Hoy por hoy, en la flor de la vida, a mis doscientos ochenta años, prefiero no pensar en el futuro. Bien, sólo en uno muy inmediato.
No tengo un DNI fijo. Cada tres meses cambio mi nombre, pues nuestro estado cambia, nuestra situación, nuestras inquietudes, nuestro sentir, nuestro parecer... quienes nos llaman son diferentes cada vez, y nos hacen distintos. Me encuentro en una etapa en la que mi nombre es Chimenea. Sí, Chimenea. No soy Ana, Sara, Lucía o Laura. En este momento me llamo Chimenea.
La razón de mi identidad es que en mi interior crece una persona que no soporta a quienes tienen demasiados humos... por ello, hay que expulsarlos. Y para hacerlos desaparecer, bastará con pronunciar su propio nombre... ¡Humo!
Hace algunos años me llamaron La Mesa de Inés... por aquello de inestable. Surgieron otros nombres como: Aire, Clara, Chitón, Tinkerbell...
Hace justo un año que fui Aire... un año. No sabía bien mi dirección, pero tomaría un rumbo con fuerza anticiclónica, eliminando chubascos y precipitaciones. Me gustó ser Aire. Por aquél entonces, dedicaba mis mañanas de domingo a realizar trueques en San Antonio... cambiaba momentos malos ya vividos por experiencias buenas. Algunos momentos cambiados no eran malos del todo, pero los tenía repetidos demasiadas veces. Creo que algún día de estos debo volver por allí, pues se trata de la colección más larga nunca vista que debo seguir completando.
Y es que aún no sé cómo me llamaré el mes que viene. ¿Sugerencias? Aquí, gracias.
Te diría mil cosas, pero lo cierto es que me da miedo... que me da vergüenza.