Jamás fue sonámbula, sin embargo, aquella noche despertó dormida a los pies de su cama con almohada incluida.
Tuvo un gran sobresalto, ya que pensaba que alguien podía haber entrado en casa y haberla cambiado de posición durante la noche.
Celeste era una chica normal: unas preocupaciones normales, unas alegrías normales, unas vergüenzas normales, unas inquietudes normales...
Su pelo no, su pelo era, por naturaleza, de color azul; por lo menos ella así lo veía. Como el nombre de Lucía Bosé ya estaba cogido, pensaron que Celeste no estaría mal.
A ella no le importaba, ya que alguien le dijo un día que el azul le sentaba muy bien.
Durante un año entero tuvo que asistir a reuniones mensuales, aunque no sabía de qué se trataban, ya que nunca les prestó atención. Simplemente debía asistir y oír (que no escuchar). Se permitía el lujo de hacer múltiples garabatos en forma de nubes abstractas en una libreta, de bostezar cada siete segundos y medio y de mirar las caras de quienes tenía alrededor.
En una de esas, observó algo que la mantuvo aún más distante de la asamblea. Se le abrieron los párpados y se le dilataron las pupilas. Tenía frente a ella a un hombre vestido completamente de amarillo, porque no creía en su mala suerte.
Ambos se miraron y sonrieron. Celeste, sin dudarlo, alzó lentamente la pierna por debajo de la mesa, para poder tocar al chico de amarillo. Pero, en mitad del camino, sus piernas se cruzaron por debajo de la mesa. Consiguieron así tocarse las almas con la punta del pie, provocando unas chispas con un chasquido que hizo tambalear a todos los asistentes. Se volvieron a sonreír el uno al otro.
Cuando tomaron confianza, el chico de amarillo le confeso que su nombre era Bermejo. Y es que era comunista de toda la vida y se encendía por dentro cuando había algo que le hacía remover sus sentimientos.
Le pareció curioso que el chico de amarillo realmente fuera rojo.
Un día él le dijo que estaba a su lado porque creía que tenía un buen corazón. Éste se sorprendió cuando la muchacha negó con la cabeza su plática, aunque luego pensó que quizá también poseía modestia.
La mala suerte del amarillo hizo que la muchacha, por estima, cruzase en rojo un semáforo sin mirar al frente. Cayó al suelo desplomada y se fueron perdiendo sus pulsaciones como si fueran puntos suspensivos.
Quedó tendida en el suelo hasta que Bermejo la cogió entre sus brazos y se dio cuenta de que su ropa se había desgarrado. Boquiabierto se quedó cuando vislumbró en su seno que tenía toda la razón, Celeste carecía de corazón. En lugar de tener un corazón en la parte izquierda de su torso, ella tenía una bonita estrella con luz propia.
Tuvo un gran sobresalto, ya que pensaba que alguien podía haber entrado en casa y haberla cambiado de posición durante la noche.
Celeste era una chica normal: unas preocupaciones normales, unas alegrías normales, unas vergüenzas normales, unas inquietudes normales...
Su pelo no, su pelo era, por naturaleza, de color azul; por lo menos ella así lo veía. Como el nombre de Lucía Bosé ya estaba cogido, pensaron que Celeste no estaría mal.
A ella no le importaba, ya que alguien le dijo un día que el azul le sentaba muy bien.
Durante un año entero tuvo que asistir a reuniones mensuales, aunque no sabía de qué se trataban, ya que nunca les prestó atención. Simplemente debía asistir y oír (que no escuchar). Se permitía el lujo de hacer múltiples garabatos en forma de nubes abstractas en una libreta, de bostezar cada siete segundos y medio y de mirar las caras de quienes tenía alrededor.
En una de esas, observó algo que la mantuvo aún más distante de la asamblea. Se le abrieron los párpados y se le dilataron las pupilas. Tenía frente a ella a un hombre vestido completamente de amarillo, porque no creía en su mala suerte.
Ambos se miraron y sonrieron. Celeste, sin dudarlo, alzó lentamente la pierna por debajo de la mesa, para poder tocar al chico de amarillo. Pero, en mitad del camino, sus piernas se cruzaron por debajo de la mesa. Consiguieron así tocarse las almas con la punta del pie, provocando unas chispas con un chasquido que hizo tambalear a todos los asistentes. Se volvieron a sonreír el uno al otro.
Cuando tomaron confianza, el chico de amarillo le confeso que su nombre era Bermejo. Y es que era comunista de toda la vida y se encendía por dentro cuando había algo que le hacía remover sus sentimientos.
Le pareció curioso que el chico de amarillo realmente fuera rojo.
Un día él le dijo que estaba a su lado porque creía que tenía un buen corazón. Éste se sorprendió cuando la muchacha negó con la cabeza su plática, aunque luego pensó que quizá también poseía modestia.
La mala suerte del amarillo hizo que la muchacha, por estima, cruzase en rojo un semáforo sin mirar al frente. Cayó al suelo desplomada y se fueron perdiendo sus pulsaciones como si fueran puntos suspensivos.
Quedó tendida en el suelo hasta que Bermejo la cogió entre sus brazos y se dio cuenta de que su ropa se había desgarrado. Boquiabierto se quedó cuando vislumbró en su seno que tenía toda la razón, Celeste carecía de corazón. En lugar de tener un corazón en la parte izquierda de su torso, ella tenía una bonita estrella con luz propia.
Bermejo, se sentía curioso y no podía dejar de mirar el resplandor que salía de la joven. De hecho, lo hizo hasta que la iluminación terminó por quemarle la vista y provocarle una ceguera irreversible.
No se sintió triste, se sintió más bien satisfecho, al ver que gracias a su afecto y apego habían conseguido generar el resto de colores secundarios para colorear el mundo con un enorme abanico de posibilidades.