miércoles, 29 de agosto de 2012

_La conjetura de una alforza_


Las casualidades no existen. Existen los pensamientos fuertes, los guiones en las mentes que se idean sin quererlo y, con el tiempo, aparecen. Pensé hace mucho en que ahí había un qué. Un qué, que no sé yo que va a ser de él.


Borré de mi mente el momento para vivir el presente que ya es pasado, para soñar quimeras de las que he despertado, para ser discente de un libro cerrado.

Ahora ese instante resucita, aparece ante mí y luego levita. Y lo busco, lo moldeo, me ofusco… lo planteo. Y me planto sin ser firme, me trastorno sin hundirme. 


Sería capaz de muchas cosas: rezar fervientemente sin creer en dios, saltar cogiendo impulso llegando al sol, mover las constelaciones y poner los astros a mi favor.


No queda más que ser paciente. Esperando que surja el fruto de una semilla sembrada en un semáforo en estado intermitente. Quien bien tiene y mal escoge, si sale mal que no se enoje. Y a buen entendedor, ofreciéndole premisas, puede que entienda mejor.

jueves, 5 de julio de 2012

Le change est toujours organge

Nostalgia de antaño que queda sumida a cenizas. Ansiedad añeja reducida a papel deshecho. Opresión en el diafragma transformada en hálito placentero. Transformaciones en la psique que se producen como consecuencia de un baño en el ámbar.
Un naranja que era necesario y esperado; el color del cambio, pues todo aquello susceptible de permuta transita dicha tonalidad.


La noche da paso al día recibiendo el alba, siendo conocedor el atardecer que debe devolverle la jugada con el paso de las horas. Color naranja.
El hierro se funde adoptando nuevas formas mediante la encumbrada temperatura del fuego; también se oxida con el tiempo. Color naranja.
Los vehículos alteran su ritmo y velocidad sobre el asfalto cuando el semáforo se posiciona en el círculo central entre la libertad esperanzadora del verde y la prohibición y peligrosidad del rojo. Color naranja.
El otoño expulsa la clorofila de las hojas para que transiten de un estado maleable por la savia a una sequedad crujiente que las hace caducas. Color naranja.
Quienes buscan su media naranja, buscan cambiar la mitad de las cosas ya vividas.

Sin nada que buscar y todo por encontrar, me hallo frente a una exposición de rayos ultranaranjas que calarán mi piel provocando giros que podrían calcularse con un medidor de ángulos. Con la intención de continuar así, excepto cuando la luna llena me descubra y me produzca un cortocircuito mental que me nuble y me cruce durante veinticuatro horas.


miércoles, 29 de febrero de 2012

Naufraga en mis ojos

Hace sol, sin embargo aún hay frío en mis extremidades inferiores. Mar antiguo, madre salvaje de abrigo incierto. Así dice, ¿no?
Salimos de Verona hace unos veinte mil años aproximadamente con destino incierto. El barco era blanco… ¡blanquísimo! Pero sólo en apariencia, pues estaba repintado con una pintura acrílica que daba bastante el pego y camuflaba el negro original del navío.
En unos primeros instantes no nos movíamos mucho de la orilla, porque todo el mundo quería tener los pies en la tierra y no divagar en los mundos de Yupi (avistados justo al sudoeste).
Decidió el barco arrancar y adentrarse en los mares a veintitrés nudos de velocidad. No olvidé tomar una biodramina recetada por una mujer que ni siquiera hablaba conmigo, si no con una vecina, en la cola de la farmacia. La ingerí con ganas porque el vaivén del agua me produce vértigos… lo que no sabía es que la biodramina me provoca somnolencia.
Somnolencia. Paaanngg!!! Así sonó mi cabeza tras dormirme inconteniblemente y estamparme contra el mástil metálico de la cubierta. Por ese motivo el viaje se me hizo corto y placentero; anduve durmiendo diecinueve mil quinientos cuarenta y cinco días.
Me desperté con hambre. Ganas de un buen desayuno… tostadas, croissant, zumo de naranja recién exprimido. El camarero del café-bar debió sorprenderse de mi demanda, puesto se trataba de las once y veintisiete de la noche, y se disponía a recoger el chiringuito. Su cara de asco fue evidente, así como mi pulsera todoincluido también evidenciaba que necesitaba ese desayuno nocturno.
Tras deambular por el barco varias semanas persiguiendo el sonido de pasajeros inexistentes el bajel empezó a temblar. El bramido de una ballena resonó a lo largo del océano… acompañado de un grito expulsado por mis propias cuerdas vocales. Fui la única en quejarme mientras se resquebrajaba el armazón del barco dejando entrar litros de agua salada… realmente era la única en el barco. Los demás huyeron con los botes sin decir nada a nadie (incluido el capitán) y otros fueron domados por el conformismo al cual estaban habituados en la actual sociedad. Se hundían hacia lo más hondo y optaban por no protestar. Me armé de valor, me equipé con chaleco salvavidas y subí a cubierta.
Fue cuestión de segundos el verme sola ante la inmensidad del mar. Yo, y aquella ballena con la que colisionamos. Me guiñó un ojo, como indicación de haberme hecho un gran favor, y se sumergió.
El sol abrasador del medio día me causaba un dolor punzante en la cabeza y, por más que me giraba hacia una dirección u otra sin tener clara la orientación, no lograba ver nada más que el infinito. Tuve suerte de encontrar la mar en calma, la luz del día y el infinito ante mí.
Me despojé del chaleco, de la ropa interior, de la exterior y de la ansiedad y emprendí mi marcha a nado. Cada brazada hizo que la línea que dibuja mi boca se prolongase un poco más hasta poder acabar con una amplia sonrisa que, por fin, ya no huía de flashes.
Pensé que no hay preocupaciones mientras quede un olivo en el olivar y una vela latina en el mar.


lunes, 30 de enero de 2012

Filtros · · · . . .


Ya es hora de volver. Pese a volver tiempos en los que la gente viste de gris. En época de trances la gente y el ambiente se colma de polución.

Los únicos negocios que progresan son las mutuas privadas y los vendedores de filtros mentales. Por un lado, las mutuas no son poco fehacientes en nuestro país; por otra parte, he de decir que los proveedores de filtros mentales son simples tahúres que comercian con artículos defectuosos desprovistos de efectividad absoluta.

Hace poco compré uno de esos filtros mentales en una de las mejores tiendas, recomendada en revistas de salud y bienestar. Decidí quedarme tuerta y comprarlo, puesto que el hombre del mostrador me exigió un ojo de la cara.

He de decir que el producto en cuestión funciona, pero sólo en parte. Lo coloqué en su debido lugar (tal y como indicaba el manual de instrucciones), pero sólo ha conseguido filtrar “lo gordo”, ya que de vez en cuando quedan posos que se cuelan por pequeños resquicios.

Una vez se elimina “lo gordo”, a parte de quitar kilos, también se suprime una gran parte de dolor y jaqueca perforadora de sien. El problema son los posos, no se pueden filtrar fácilmente. Simplemente se debe ir pasando cada día un colador hasta que estos sedimentos se vayan reduciendo como se reduce el átomo.

Mientras tanto, ocurre que los pequeños residuos causan intermitentemente vómitos y náuseas. Es cuestión de tamizar y tamizar… todo quedará reducido a la transparencia de una mente neta.

No es un buen momento para cambiar de trabajo, y menos a uno como el que tenía pensado… azafata de vuelo. Dicen que la venganza es un plato que se sirve frío; sin lugar a duda, ese oficio me permitiría hacerlo con disimulo, con libertad y con una sonrisa permanente en mis labios.

Realmente, ahora lo pienso, y me doy cuenta de que los altos vuelos me dan pavor, me asfixia estar a una altura demasiado elevada. Creo que el lugar en el que

se concibe la realidad y el estado de bienestar es estar tocando de pies a tierra. Además, detesto la sensación de que nadie esté por encima de nadie.

Aún no he decido anexionarme a la ninguna mutua, sigo testaruda en hacer funcionar el sistema público.

Hablando de inventos…. Por favor, que alguien les recuerde a aquellas personas que pueden recogerse el pelo y hacerse una coleta sin goma, que se ideó algo efectivo llamado champú (léase en el reverso el modo de empleo).