miércoles, 29 de febrero de 2012

Naufraga en mis ojos

Hace sol, sin embargo aún hay frío en mis extremidades inferiores. Mar antiguo, madre salvaje de abrigo incierto. Así dice, ¿no?
Salimos de Verona hace unos veinte mil años aproximadamente con destino incierto. El barco era blanco… ¡blanquísimo! Pero sólo en apariencia, pues estaba repintado con una pintura acrílica que daba bastante el pego y camuflaba el negro original del navío.
En unos primeros instantes no nos movíamos mucho de la orilla, porque todo el mundo quería tener los pies en la tierra y no divagar en los mundos de Yupi (avistados justo al sudoeste).
Decidió el barco arrancar y adentrarse en los mares a veintitrés nudos de velocidad. No olvidé tomar una biodramina recetada por una mujer que ni siquiera hablaba conmigo, si no con una vecina, en la cola de la farmacia. La ingerí con ganas porque el vaivén del agua me produce vértigos… lo que no sabía es que la biodramina me provoca somnolencia.
Somnolencia. Paaanngg!!! Así sonó mi cabeza tras dormirme inconteniblemente y estamparme contra el mástil metálico de la cubierta. Por ese motivo el viaje se me hizo corto y placentero; anduve durmiendo diecinueve mil quinientos cuarenta y cinco días.
Me desperté con hambre. Ganas de un buen desayuno… tostadas, croissant, zumo de naranja recién exprimido. El camarero del café-bar debió sorprenderse de mi demanda, puesto se trataba de las once y veintisiete de la noche, y se disponía a recoger el chiringuito. Su cara de asco fue evidente, así como mi pulsera todoincluido también evidenciaba que necesitaba ese desayuno nocturno.
Tras deambular por el barco varias semanas persiguiendo el sonido de pasajeros inexistentes el bajel empezó a temblar. El bramido de una ballena resonó a lo largo del océano… acompañado de un grito expulsado por mis propias cuerdas vocales. Fui la única en quejarme mientras se resquebrajaba el armazón del barco dejando entrar litros de agua salada… realmente era la única en el barco. Los demás huyeron con los botes sin decir nada a nadie (incluido el capitán) y otros fueron domados por el conformismo al cual estaban habituados en la actual sociedad. Se hundían hacia lo más hondo y optaban por no protestar. Me armé de valor, me equipé con chaleco salvavidas y subí a cubierta.
Fue cuestión de segundos el verme sola ante la inmensidad del mar. Yo, y aquella ballena con la que colisionamos. Me guiñó un ojo, como indicación de haberme hecho un gran favor, y se sumergió.
El sol abrasador del medio día me causaba un dolor punzante en la cabeza y, por más que me giraba hacia una dirección u otra sin tener clara la orientación, no lograba ver nada más que el infinito. Tuve suerte de encontrar la mar en calma, la luz del día y el infinito ante mí.
Me despojé del chaleco, de la ropa interior, de la exterior y de la ansiedad y emprendí mi marcha a nado. Cada brazada hizo que la línea que dibuja mi boca se prolongase un poco más hasta poder acabar con una amplia sonrisa que, por fin, ya no huía de flashes.
Pensé que no hay preocupaciones mientras quede un olivo en el olivar y una vela latina en el mar.


2 comentarios:

Anónimo dijo...

Me alegro de que vuelvas a escribir .Los posos se guardan en un bote hermetico y se entierra muy lejos.

Maria Polo dijo...

Muchas gracias, tendré muy en cuenta tu consejo sobre los posos. No sé quien eres, pero gracias.