lunes, 21 de diciembre de 2009

FijaciON

El estado de bienestar es como esas luces parpadeantes de Navidad, que además van cambiado de color. Se encienden, se apagan, se encienden, se apagan. Pam, bombilla verde fundida. Se encienden, se apagan, se encienden, se apagan.

Analicé todo esto embobada frente a un escaparate de unas grandes superficies anunciando un producto que tardaría tres meses en ser retirado del mercado. Falta de ventas. Mal marketing. Crisis quizá.


Me compré una agenda multifunción digital de última generación con la intención de que pudiera ella administrarme el tiempo mejor de lo que lo hago yo. Además, miré en el catálogo si tenía la capacidad de producir sonidos y llamadas, pues ella respondería por defecto las cosas a las que me apetece decir No, a las que no recuerdo o a las que no me apetece.


Mientras me embelesaba observando los destellos refulgentes navideños, observé que tenía un espejo delante en el que aparecía el reflejo de una joven observándome a mis espaldas. Disimulaba para no ser vista, pero estaba allí.

Al cabo de la semana, estaba en el trabajo repasando fotografías, como de costumbre, cuando me percaté de un detalle anómalo. La misma mujer aparecía en una de las imágenes a modo de extra de la escena en la que existían unos protagonistas principales. Lo primero pudo ser casualidad, pero esto ya me empezaba a resultar delirante. Pregunté al autor de la foto, pero me dijo que no dio importancia a los múltiples viandantes que podía retratar.

Era como si ella quisiera estar allí.


Cuatro días más tarde fui a comprar las entradas de una función teatral única en Barcelona. Pedí horas libres para llegar a tiempo, aceleré mi coche un poco por encima del límite de velocidad establecido, corrí desde el aparcamiento hasta la taquilla… Desalentada pedí como pude un par de entradas, cuando la chica de la garita me dijo que acababan de llevarse las últimas; señalándome a la persona que había realizado dicha compra. De nuevo estaba allí. Tranquila, sonriente e impasible. La chica se cruzaba en mi vida de nuevo a modo de coincidencia.

Esta vez empezaba a resultarme enredoso, pues se había llevado algo que deseaba con fuerzas alguien a quien no conocía pero sí reconocía.


El día de la función me quedé en casa pensando en que esa persona estaría disfrutando del espectáculo en mi lugar. Mientras le daba vueltas al asunto, bajé a tirar la basura. Una fémina paseaba un perro frente a mi portal. Mis pensamientos colisionaron entre sí y no alcanzaba el entendimiento. ¿Qué hacía ella allí? Debería estar viendo la representación… ¡mi representación!

Me miró de reojo y continuó con su camino mientras hablaba con su animal riéndose por verlo hacer un gesto absurdo. Permanecí paralizada, sin saber qué decir. Por supuesto, a los cincos minutos se me ocurrían muchas cosas que podía haberle dicho… a los cinco minutos.


Subí a casa y llamé por teléfono a Sandra, ella siempre me tranquilizaba y me daba consejos racionales. Ella estaba con compañeras de trabajo de cena y se escuchaba el gran griterío del local en el que se encontraba. Me recomendó no darle vueltas a la cabeza y pensar en otras cosas más importantes, decía que mucha gente comparte el mismo contexto que yo y por ello es muy probable coincidir.

Conseguí apaciguarme, me despedí de Sandra y (tal vez fruto de mi paranoia) escuché, entre bullicio, la misma risa de la chica del perro, justo antes de colgar el aparato.

Me metí en la cama con la intención de dormir, pero no podía de dejar de darle vueltas… necesitaba comprender por qué la encontraba en cualquier lugar. Tenía absoluta convicción de que si decidía encargar una pizza, vendría ella a modo de pizzero con motocicleta roja a casa.

A la mañana siguiente, con unas ojeras descomunales me dirigí hacia mi empresa. Al llegar, tenía en mi mesa todos mis enseres en una caja de cartón y a mis compañeros mirándome en la distancia conocedores de algo que yo no sabía. Al becario sobrino de la presidenta le encomendaron la tarea de comunicarme que habían decidido despedirme y contratar a alguien que ya se estaba instalando.

Me fijé atentamente en el despacho del jefe ubicado al final de la oficina y distinguí a la perfección a través de la impoluta cristalera aquella melena negra con un tajante flequillo, aquella sonrisa de carcajada tonta y labio invisible… ¡Era el colmo! ¿Era eso lo que quería? ¿Obtener mi puesto laboral?

Tras el intento de gritar y entrar a la oficina del jefe para amenazarla con que una denuncia le caería por asediarme, el personal de seguridad me llevó en volandas hasta la puerta de salida. A ella la vi a lo lejos llorar, para que los demás sintieran compasión por ella. Aquellas moles humanas nos depositaron en el suelo a mí caja de bártulos.


Lloré en ese instante. Lloré a lo largo del día. Lloré esa semana. Y decidí que ya estaba bien de sollozos y me fui a bailar a un pub que no conocía. Lo pasé en grande con Sandra: risas, baile, risas, conversaciones serias, conversaciones absurdas, risas…

A la mañana siguiente, aún con el dolor de la resaca me puse a buscar trabajo frente al ordenador. Por curiosidad, me metí en la página web del garito del día anterior, cuando mi sorpresa fue encontrar unos diez vídeos colgados por una usuaria con nombre extraño y una imagen con fisonomía conocida.

Definitivamente había dado con una obsesa integral, y yo desencadené en histerismo.


Con el paso de los días me cercioré de que no podía seguir así. Por consejo de Sandra me puse en manos de una psicoterapeuta homeopática para calmar mi irascibilidad.

Siguiendo el tratamiento me dijo que debía llegar a la conclusión que quien estaba obsesionada era yo y no la chica que, por una serie de casualidades, había incidido en unos capítulos concretos de mi vida. No sabía bien por qué pero sentía antipatía y aversión hacia esa muchacha. Me desahogué hablando del tema con una profesional, y me dijo que no era algo extraño lo que me sucedía, que también estaba tratando a otras personas por casos iguales y similares al mío.


En el momento en que salía de la consulta y la empleada me hacía la factura para efectuarme el cobro, una chica que estaba en espera entró a la habitación de la terapeuta. Me giré de golpe y le pregunté a la secretaria:

- ¿Conoce a la joven que acaba de entrar a la consulta?

- Sí, es una paciente.

- ¿Cómo se llama?

- Lo siento, pero no puedo facilitarle ningún dato.

- Bien ¿Y qué hace ella aquí?

- ¿Aquí? Pues supongo que algo no muy diferente a usted. Debe saber que hoy la doctora sólo realiza tratamientos a pacientes que presentan la misma patología, el mismo tipo de fijación.

domingo, 1 de noviembre de 2009

Más vale remiendo feo que agujero hermoso

Una tarde de paseo por el pueblo me crucé con el sastre. Estaba deprimido, ya que el Corte Inglés y el resto de grandes superficies habían acaparado la atención de aquellos que lo alabaron años atrás. Sólo las mujeres de confianza seguían acudiendo a él. Lo conocían bien.
Cansado, se sentó en un banco próximo, sacó el papel y el tabaco de liar y fumó empedernidamente. Con la mirada perdida, me explicó la conversación que tuvo la noche anterior con su mujer. Le dijo…


El día que sea el día menos pensado, probaré buscar una cuerda, dos pinzas… y tenderme al sol. Será una manera de deshumedecer algunas ideas, será el modo de desechar todo aquello que me parece tremendamente soez.

Y cuando estés a oscuras y con los párpados cerrados, trataré de deshilachar las costuras de tu cuerpo para poder usar tu hilo como remiendo de algunos boquetes que se produjeron en mí por el desgaste del tiempo. De ese modo me salvaguardaré del miedo y del frío. Y a ti… a ti simplemente te descubriré.
Si te parece, si sobra material de costura, podemos zurcirnos millones de botones de colores. Así, si vuelven a aparecer a agujeros a consecuencia del deterioro (o mal uso), tener donde agarrarse.


Tendré en mis manos unas tijeras por si en un arrebato me da por cortar el horizonte para separar el cielo de la tierra, por si me da por seccionar el planeta justo por el ecuador y así crear dos mundos, por si hago algún destrozo. Tú mantén el Loctite guardado en el bolsillo; es lo más rápido y resistente para volver a enganchar y recomponer.


Y yo, mientras, me quedé con la boca abierta cuando vi que, al acabar de hablar, se consumió en cenizas al mismo tiempo que su cigarro.

sábado, 22 de agosto de 2009

*·.¨ Colores ¨.·*

Jamás fue sonámbula, sin embargo, aquella noche despertó dormida a los pies de su cama con almohada incluida.
Tuvo un gran sobresalto, ya que pensaba que alguien podía haber entrado en casa y haberla cambiado de posición durante la noche.

Celeste era una chica normal: unas preocupaciones normales, unas alegrías normales, unas vergüenzas normales, unas inquietudes normales...
Su pelo no, su pelo era, por naturaleza, de color azul; por lo menos ella así lo veía. Como el nombre de Lucía Bosé ya estaba cogido, pensaron que Celeste no estaría mal.
A ella no le importaba, ya que alguien le dijo un día que el azul le sentaba muy bien.

Durante un año entero tuvo que asistir a reuniones mensuales, aunque no sabía de qué se trataban, ya que nunca les prestó atención. Simplemente debía asistir y oír (que no escuchar). Se permitía el lujo de hacer múltiples garabatos en forma de nubes abstractas en una libreta, de bostezar cada siete segundos y medio y de mirar las caras de quienes tenía alrededor.

En una de esas, observó algo que la mantuvo aún más distante de la asamblea. Se le abrieron los párpados y se le dilataron las pupilas. Tenía frente a ella a un hombre vestido completamente de amarillo, porque no creía en su mala suerte.
Ambos se miraron y sonrieron. Celeste, sin dudarlo, alzó lentamente la pierna por debajo de la mesa, para poder tocar al chico de amarillo. Pero, en mitad del camino, sus piernas se cruzaron por debajo de la mesa. Consiguieron así tocarse las almas con la punta del pie, provocando unas chispas con un chasquido que hizo tambalear a todos los asistentes. Se volvieron a sonreír el uno al otro.


Cuando tomaron confianza, el chico de amarillo le confeso que su nombre era Bermejo. Y es que era comunista de toda la vida y se encendía por dentro cuando había algo que le hacía remover sus sentimientos.
Le pareció curioso que el chico de amarillo realmente fuera rojo.


Un día él le dijo que estaba a su lado porque creía que tenía un buen corazón. Éste se sorprendió cuando la muchacha negó con la cabeza su plática, aunque luego pensó que quizá también poseía modestia.

La mala suerte del amarillo hizo que la muchacha, por estima, cruzase en rojo un semáforo sin mirar al frente. Cayó al suelo desplomada y se fueron perdiendo sus pulsaciones como si fueran puntos suspensivos.
Quedó tendida en el suelo hasta que Bermejo la cogió entre sus brazos y se dio cuenta de que su ropa se había desgarrado. Boquiabierto se quedó cuando vislumbró en su seno que tenía toda la razón, Celeste carecía de corazón. En lugar de tener un corazón en la parte izquierda de su torso, ella tenía una bonita estrella con luz propia.

Bermejo, se sentía curioso y no podía dejar de mirar el resplandor que salía de la joven. De hecho, lo hizo hasta que la iluminación terminó por quemarle la vista y provocarle una ceguera irreversible.

No se sintió triste, se sintió más bien satisfecho, al ver que gracias a su afecto y apego habían conseguido generar el resto de colores secundarios para colorear el mundo con un enorme abanico de posibilidades.

lunes, 17 de agosto de 2009

2 vesti 2

Me atreví a mirarle a la cara. ¿Sabes cuando ves a alguien y te resulta increíblemente familiar? Pues empezó a sucederme de manera continua cuando empecé a fijarme en él. Cada mañana la misma historia. Y es que, realmente, a diario estaba ahí. No fue hasta entonces, cuando le miré de frente, que noté que nos conocíamos de algo.
Obviamente, él disimuló mirándome de reojo y se desplazó trazando un movimiento occidental.

Me encerré en casa y empecé a cavilar en qué momento de nuestras vidas nos habíamos cruzado antes, en qué lugar se produjo un encuentro pasado... ¿por qué conocía ya esa fisonomía a la perfección?
Estuve tres noches sin dormir, buscando en el Dios Google alguna respuesta, con una enorme presión craneal, estaba a punto de padecer ceguera... hasta que me harté y decidí asomarme a la ventana. Pretendía calmar mi ansiedad fumando un cigarro que encendí con un mechero de propaganda de un mecánico. Fue entonces, al mirar al cielo con la primera calada, cuando hallé todas mis respuestas.

No podía creerlo, lo conocía porque siempre que podía acudía a sus espectáculos en plan “Divine” con un precioso traje plateado al que le iba cambiando la forma. Bailaba y cantaba como una “loca” durante toda la noche con un maquillaje farandulero. Medía muchísimo, ya que calzaba unos taconazos y unas plataformas de infarto.

No tenía ninguna duda... era él. El mismo que veía por las mañanas y al que todo el mundo teme mirar por su aire sobrio y su gran tamaño, es a quienes todos adoran, miran y sonríen por la noche. Entonces me encajó la dificultad de hacerlos coincidir a ambos en un mismo espacio.

Comprendí que había descubierto que era un mismo personaje con dos caras distintas, un mismo personaje travestido. Por las noches adoptaba una imagen distinta y el nombre de Luna, mientras que a las claras del día hacía llamarse Sol.

Aquella mañana me desperté, como de costumbre, antes de tiempo. Y es que por un momento vislumbré ante mí algo que me haría cambiar una percepción de la realidad; vislumbré una idea.
Me di cuenta de que no son espasmos lo que alguien produce al dormir, si no que se trata de algo más complejo. Se trata de un modo de transmitir un tambaleo y una vibración en otro ser.
Entonces, esbocé una sonrisa... y me volví a dormir.

sábado, 6 de junio de 2009

Hominis Lapidis

Me baso en algo cierto, ya que le pasó al hijo del primo del cuñado de la hermana de la vecina del cuarto de mi tía Luisa de Toledo.

El muchacho nació a mitad de los años cincuenta en Nigeria, fruto de un romance entre una nigeriana y un misionero surafricano.
La nigeriana murió de un ataque de risa en mitad de la calle, poco después de dar a luz. Al ver que el niño que había llevado durante nueve meses en el vientre era albino, la mujer produjo una carcajada que la condujo al éxitus inmediato. Del misionero jamás se supo.
El pequeño fue llevado a Toledo y dado en adopción al primo del cuñado de la hermana de la vecina del cuarto de mi tía Luisa y a su mujer murciana. Con los trámites de la adopción se perdió el documento que certificaba su nombre… así que nadie lo llamó hasta que el niño cumplió cinco años (debido a la indecisión de sus padres adoptivos). Fue entonces cuando, por su extremada delgadez, todo el mundo se habituó a llamarlo Alan. Parece un nombre de lo más corriente, siempre y cuando no se tenga en cuenta que los apellidos que adquiría de sus padres adoptivos eran Brito Delgado.
No se dormía con cuentos, ya que su madre lo había acostumbrado a leerle el correo comercial del día antes de ir a la cama, por aquello de sacarle algún provecho a aquél montón de papeles inútiles.

Cuando llegó a su segunda década de vida encontró una guitarra con dos cuerdas en el vertedero del pueblo, y empezó a aficionarse a la canción protesta. Se sabía al dedillo “la planta 14” de Víctor Manuel; su madre lo escuchaba, en silencio, con la oreja pegada en la pared del comedor que daba a la habitación de Alan… y lloraba, pues su hermano era minero.
Empezó la carrera de economia, porque estaba harto de que la panadera de la esquina le tomara el pelo y le diera mal el cambio.
Por aquél entonces, tuvo su primera novia. La chica tenía una hermana siamesa, por lo que Alan mantenía una relación que debía contentar a ambas. La muchacha le rompió el corazón cuando le dijo, de la noche a la mañana, que su hermana y ella mantenían una relación con una pareja de siameses.

Decidió un cambio de vida. Dejó la guitarra. Dejó la ciudad en la que vivía y se puso a correr al más puro estilo Forrest Gump; sin rumbo… sin destino. Lo más curioso de todo esto es que nadie lo echó en falta hasta que llegó finales de primavera y, ya que tenía estudios financieros, lo necesitaban para hacer las declaraciones de renta.

Lo encontraron veinte años después, cuando los padres de Alan hicieron un viaje con la asociación de vecinos a la capital catalana; el mozo estaba allí… se había puesto a trabajar como estatua humana en las Ramblas de Barcelona. Su familia tuvo que ir tirándole monedas de veinticinco pesetas para poder mantener una conversación con él, cada vez que le preguntaban algo le debían lanzar una moneda al plato para que éste se moviera y pudiera contestar. Aquella tarde se gastaron cuatro mil setecientas setenta y cinco pesetas, pero aquella plática no les sirvió de mucho.

Al día siguiente, volvieron a visitarle. Su madre lo saludó, dejando caer en el aire la primera moneda, pero no mantuvo respuesta alguna. Repitió el mismo rito… tampoco la obtuvo. Probó el padre y no hubo resultados. Vaciaron sus monederos y todo cuanto llevaban encima, apretando los dientes, deseando recuperar el tiempo perdido con aquél hijo que tanto habían buscado; Alan permanecía inmóvil.
La gente que pasaba alrededor vio los ojos ensangrentados de la mujer y los puños prietos del hombre, y decidieron ayudarles arrojando monedas, billetes y pertinencias de valor, creando así una montaña de más de un metro.
Se fueron concentrando personas, formando un gran corro, visualizando como aquél ser permanecía inerte. Empezaron a darle pequeños golpecitos en la espalda y en la cabeza; acabaron entre unos y otros zarandeándolo. Hubo hasta quien se atrevió a aplaudir, pensando que aquél hombre estaba ejecutando su trabajo a la perfección.
Alguien vaticinó “Está muerto… se está poniendo muy pálido”. La madre lo negó con una justificación “No puede estar muerto, lo que pasa es que siempre ha sido albino” . Una mujer que salía de la Boquería anunció “Si llevan tantos años sin verle, quizá ya no es albino, a lo mejor no le gusta y ha decidido que ya no lo es más”. La gente asentía con la cabeza al comentario tan racional de aquella espontánea y se fue creando una especie de bullicio entre la gente.
En aquél tumulto de gente se encontraba un forense que exploró el cuerpo notando que se había producido una petrificación y dio el pésame a los padres. Un aplauso ovacionó al forense, a quien se le saltaron las lágrimas tras sentirse como el protagonista de un musical de Broadway (su gran sueño), alzó las manos en señal de agradecimiento a todo el mundo y saludó.
Todos los que estaban en el acto creyeron conveniente dejarlo allí, en las Ramblas, tal cual había fallecido quedándose petrificado en una postura un tanto incómoda junto al quiosco del letrero rojo.
Los padres aprovecharon la mitad del montón de dinero acumulado al inicio del embrollo para pedir permisos al Ayuntamiento y poder comprar bronce, fundirlo y cubrir totalmente al hijo, para poder así perpetuarlo como una verdadera estatua humana en las Ramblas de Barcelona. La otra mitad la emplearon en las reformas de la cocina y en el billete de retorno a Toledo.

Cada año, cuando llega el 30 de febrero, el primo del cuñado de la hermana de la vecina del cuarto de mi tía Luisa y su mujer murciana acuden a la estatua de su hijo para llevarle flores en conmemoración al día en que se petrificó para el resto de sus días.

sábado, 25 de abril de 2009

LuZ


Se llamaba Luz y estaba hecha de madera. Sus padres pensaron que si la hacían de dicho material, podría ser fuerte pudiendo resistir daños y perjuicios. Era obvio que no pensaron en la existencia de las termitas.

Era paradójico que se llamara Luz y que la mayor parte del día anduviera apagada. Cuando no se maquillaba, dejaba a relucir el tono gris de su fisonomía.
Pero las cosas tenían una explicación... estaba apagada porque por dentro había cosas que la encendían.

Hubo un día en que Luz subió la gran cuesta que la llevaba al monte, y, cansada, se detuvo en la plaza para tomar aire. Respiró enérgicamente... y no cayó en la cuenta de que el oxígeno alimenta al fuego. Empezaron a producirse pequeños incendios interiores en pulmones, intestinos, riñones, hígado, bazo y corazón. Hasta que, a causa del dolor corporal, rompió a llorar y sus ojos empezaron a salpicar chispas.

Justo cuando el sol desaparecía, para no ver lo que estaba sucediendo, Luz ardió en llamas. Se formó una gran hoguera en mitad de la plaza.
Los niños calés, que vivían en el barrio, vislumbraron algo y salieron corriendo a bailar alrededor. Aquella fogata era lo más divertido que jamás habían visto. Los vecinos salieron para acompañar aquellas danzas con cánticos, compases y ritmos.
Fue la primera vez que Luz desprendió luz propia, fue la primera vez que la vieron iluminada. Todo el mundo lo celebró jubiloso, aunque al día siguiente sólo quedaran las cenizas, como recuerdo del gran festejo...

miércoles, 1 de abril de 2009

¡Oh! ¡Nunca Vaso!

Me defino como una persona agnóstica (Que profesa una actitud filosófica que declara inaccesible al entendimiento humano todo conocimiento de lo divino y de lo que trasciende la experiencia...) .
Pero he de confesar que ante situaciones en las que los gráficos que miden mis deseos, esperanzas, ilusiones y anhelos de que todo salga bien alcanzan valores máximos... me he encontrado a mí misma haciendo algo que me ha asombrado.
Me he autosorprendido rezando un padre nuestro interiormente.

¿Qué pretendo? No lo sé.
¿Funciona? Probablemente no. Puede que sea más cuestión de suerte o de lo que la naturaleza de un día a día nos planta en los morros.
¿Desde cuándo llevo haciendo esto? Tampoco tengo respuesta... quizá desde que me lo aprendí, a una edad ya tardía, cuando estuve a punto de ser expulsada de una iglesia. Por mi buena educación recibida, no creí que jamás nadie estuviera al borde de echarme de su casa.
Luego pensé que si aquella era la casa de Dios, por qué me iba a invitar salir de allí alguien que no fuera él mismo. No tenía mucho sentido.

Esa reflexión, me llevó a otras cosas que carecían de raciocinio.
Me pregunté a mi misma que por qué le llaman la casa de Dios a un lugar que él no fundó... ¿No sería más lógico llamarlo la casa de San Pedro?

Y si los oratorios son la casa de Dios, a mi parecer, tiene una gran cantidad de bienes repartidos en todo el mundo. Me gustaría saber qué brutalidad numérica le debe exigir hacienda por esta gran cantidad de propiedades a su nombre. Creo que se debería abrir una seria investigación sobre la clase de especulación de terrenos que está ejecutando.

No concibo el sentido que tiene que una catedral como la de mi ciudad, repleta de oro y ornamentos de gran valor, demande a los ciudadanos que apadrinen una piedra para su rehabilitación. Me plantaría ante los andamios que rodean la fachada con una moneda y me dirigiría a entregarla, sí. Se la entregaría a la mujer y al niño (a quien apadrinaría antes que a una piedra) que están pidiendo limosna, recostados al final de la pared de este templo.

Me acordé también de cuando mi prima tuvo que asistir, meses antes de su enlace, a un curso prematrimonial en la sacristía del pueblo. ¡Qué locura! Alguien que no está casado, ni lo estará (según su voto), forma a parejas sobre la vida en matrimonio. Espero que los monitores de natación que enseñan a nadar los miércoles a los niños no sean alérgicos al agua.


También hubo quien se escandalizó cuando dijimos que pensábamos que Jesucristo había sido el primer comunista de la historia, que las teorías apuntaban a que se casó con una mujer que había sido ramera... y que si volviera a vivir lo volverían a crucificar. Tal vez sean sólo ideas propias. En ese momento deseé con fuerzas que nadie me llamara, pues sonaría un himno que anima a acudir a las barricadas.

Creo que tras cavilar sobre esta cuestión he concluido algo. Y es que cada vez que desee algo con fuerzas por dentro puedo cantar interiormente una muñeira; quién sabe si tendría más efecto que un padre nuestro.
Si lo vuelvo hacer inconscientemente, me preguntaré a mí misma “¿Qué diablos estás haciendo?”... y será la manera de contrarrestar el efecto. Y luego llamaré al 646 para pedir al padre nuestro (mío y de mi hermana) algún favor, en caso de ser necesario.


Pero tener esperanzas, desear que las cosas salgan bien, anhelar que una constancia tenga su fruto... es algo que no debo perder. Y si tengo la necesidad de pedírselo a alguien, se lo pediré a las estrellas, pues si son capaces de custodiar una hermosa luz, no creo que les importe cederme un poco de esta cada vez que yo la necesite.



domingo, 8 de febrero de 2009

Vine'm a veure... que tinc fred!

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Hay veces que puedo resultar increíblemente borde. Tan sólo trato de decir la verdad... y mi verdad nunca es sutil.

Me levanté esta mañana abriendo las persianas, corriendo las cortinas, asomándome al balcón y sonriendo. Quería empaparme de la energía que transmite un día radiante.
Entonces fue cuando la brigada del ayuntamiento se presentó haciendo ruido en mi calle con furgones, rodillos, bidones de cola y largas escalera. Se coordinaron todos perfectamente: unos subían a las escaleras, mientras otros proveían a estos con los materiales necesarios.
En menos de cinco minutos estaban listos. Habían logrado recubrir el cielo con nubes grises, adheridas a lo más alto con pegamento industrial.
Se me quedó cara circunstancia y decepción. Me habían arrebatado un día brillante... y eso que siempre pago mis impuestos a tiempo.
No perdí del todo la esperanza, al ver que una de esas masas grises empezaba a despegarse por una esquina y hacía entrar un rayo de luz... me escondí tras el toldo de mi balcón y no dije nada (si una caía, arrastraría a las demás). Deseaba plenamente, que todo aquél tropel de gente recogieran sus pertinencias y desfilasen hacia otro lugar.
Por desgracia mía, cuando todos estaban ya en disposición de coger el montante y largarse, el jefe de la brigada hizo una última revisión levantando la cabeza. Al cerciorarse del hueco, él mismo se subió a una escalera e hizo un remiendo dándole con rabia cuatro golpes a una grapadora, dejándolo así bien fijado.
Fruncí el ceño, sentí frío, me metí en casa. Rompí la correspondencia que había encima de la mesa sin haberla leído... no me interesaba nada aquél papeleo. Siempre es lo mismo. Antes podía aportarme algo... ya no. No me importaba la correspondencia; ahora sólo me preocupaba el poder recuperar un bonito día claro.

domingo, 1 de febrero de 2009

Όταν ο χρόνος δεν πρόοδος ... χάνεται

.
Cuando se presentaron en casa de la pobre Benigna los fantasmas del pasado eran las cuatro y media de la madrugada. Era evidente, la pillaron durmiendo y de mal humor. Les abrió la puerta y les dijo: ¡Booooohhh! (con mueca de desagrado y la lengua medio fuera), dejadme ya tranquila y largaos de aquí.

Los fantasmas tuvieron que recurrir a lejías especiales, puesto que, tras la reacción de la mujer, las sábanas habían adquirido un color un tanto amarillento. Estaban entretenidos en frotar; ese era el tiempo que Benigna tenía de ventaja para que no la importunasen.

Benigna, verdaderamente se llamaba Celia (llegó un momento que ni ella misma lo recordaba). Aunque su verdadero nombre era mucho más bello, la gente pensaba que de buena era tonta... todos la llamaban igual.

Esos dichosos espíritus habían estado rondando a su alrededor a lo largo de su vida. Unas veces eran unos y otras veces eran otros, pero siempre mostraban las mismas características. Pretendían hacerle creer que eran seres corrientes, seres vivos... y muchas veces era ella quienes los buscó. Pero uno de ellos cayó de bruces delante de Benigna, y ella se percató de que se había perforado el fémur sin ni siquiera sangrar. Descubrió la quimera.
En cambio, contrariando todo pronóstico, eso hizo que a Benigna se le avivase más el corazón. Sintió correr en sus venas nitroglicerina en lugar de sangre. Se sintió menos buena.

Al ver que ella envejecía y los fantasmas de su lado perduraban iguales, pensó que debía marcar distancia con ellos. Ella era la única que avanzaba en el tiempo mientras que los demás permanecían estancados. Empezaba a sentirse vetusta.

Cuando encontró, paseando por la calle Petritxol, a su alma gemela, se detuvieron el uno ante el otro. Cruzaron miradas. Se aproximaron. Enlazaron sus manos. Fundieron sus cuerpos en un abrazo. Y en el momento en el que se disponían a adherir sus labios, el tiempo se detuvo para ambos.
Ninguno de los dos pensó jamás que ese sería el final de sus vidas... quedaron petrificados para siempre justo en plaça del Pi. Allí eran objeto de contemplación de muchos viandantes; allí echaron raíces como si de un árbol genealógico en 3D se tratase. Echaron raíces, sí, pero nunca pudieron llegar a pertenecer el uno al otro... todo por culpa de los fantasmas del pasado, todo por haber perdido el tiempo.