jueves, 20 de noviembre de 2008

BiDiBiDaBiDiBú ~ ~ ~ * * *

Ante la insistencia de su terapeuta, Cenicienta decidió sentarse en su despacho oficial, y escribir todo aquello que le deambulara por su cabeza. Sería la mejor forma de comprender la situación... su situación.
Empezó a relatar su historia.
Su primer shock fue cuando le diagnosticaron esquizofrenia disneyana, una patología común entre los individuos animados.
Empezó con una absurda manía hacia su madrastra, que más tarde también emanaría hacia sus hermanastras.
El único consuelo que tenía, por aquel entonces, era la gran devoción y el amor descomunal que sentía por su amado príncipe azul. Por desgracia, el amado siempre desaparecía a las doce, cuando se pasaba el efecto de la medicación (suministrada de manera clandestina por su madrastra en la cena).
Algunas veces a medio cenar, otras en plena discusión, o bien antes de disponerse a ir a tomar una copa al centro... pero siempre se evaporaba. Siempre a las doce.
No podía asumir que todo aquel idealismo era fruto de una ilusión que su cabeza había generado... no podía creer que la crisis de pareja que padeció a los seis meses y medio de relación no fuera real; sólo fantasía.
Fue entonces cuando comprendió que no existía tampoco aquella mujer rolliza de voz ronca que decía ser su hada madrina. Analizándolo bien, se dio cuenta que sólo ella la había visto, y que hacía y decía cosas extrañas. Desde entonces, hizo caso omiso a la presencia de dicha señora, a sus comentarios, a sus consejos y a su bidibidabidibú. Se negaba a que las memas de sus hermanas políticas la vieran hablando sola.
El momento cumbre del problema fue al descubrir que había empezado a hablar con los pájaros y los ratones. Con ellos mantenía discusiones de largas horas. La pobre madrastra pensaba que todo aquel trastorno se había generado tras fallecer el padre de la joven.
Los especialistas diagnosticaron una obsesión de limpieza convulsiva. Platos, suelos, ventanas, cortinas, ropa por planchar... empezaba acentuarse el síndrome de maruja alterada.
Decidió, por su bien, trasladarse a vivir durante una temporada a la casa del Lago de los Cisnes. Allí, evitaría sentir la curiosidad que la impulsaba a mirar clandestinamente por la ventana a las cinco de la tarde, allí evitaría ciertos problemas.
Estuvo algo mejor... pero se aburría. Acabó irritada de tanta tranquilidad, y decidió alquilar un piso en el Born.
Allí, se dio a la mala vida, bajo el lema de “Sexo, drogas y Rock&Roll”. Tuvo amigos, mientras tuvo dinero.
Más tarde empezó a darse cuenta de que el hecho de comerse marrones no le sentaba nada bien; fue esa la razón de que la pobre Cenicienta cayera en la bulimia.
Superó esas trabas gracias a que su madrastra la buscó y la trajo de vuelta a palacio. Ella y las hermanastras se turnaban para atenderla en todo momento y evitar recaídas.
Tuvo algún momento de delirio y alucinación, propio del mono que la cautivaba. El tiempo y el cuidado intensivo la rehabilitaron.
Empezó a ser feliz, pero seguía odiando comer perdices. Después de todo aquél tiempo conversando con animales que le respondían, había decidido que lo mejor era hacerse vegetariana.
Cenicienta se hizo miembro de Greenpeace y se apuntó a clases de salsa una vez por semana. Encontró motivaciones y un entorno social agradable.
Lanzó al container amarillo los zapatos de cristal... no debía engañar más a nadie diciendo que eran un 31; uno era un 38 y el otro un 39, los mandó hacer así en su etapa de paranoia, por eso uno de ellos siempre se le caía al caminar.

Comprobó que cuando hay cosas que no vienen al cuento, lo mejor que podía hacer era pasar página.